¡Bienvenida (o) a mi blog!
Un espacio para entender, acompañar y transformar la vida emocional de nuestras hijas e hijos… y también la nuestra.
Imagina que el regalo que trae tu hijo a la vida, está envuelto en muchas capas de papel de china, que irás retirando conforme pasan los años, para vislumbrar, poco a poco, su contenido.
A veces ese regalo es una total sorpresa para todos. En cuántas familias, “el pilón”, ese último hijo que ya nadie esperaba, que a la mejor hasta recibieron cansados pues pensaban que hacía años que habían terminado de cambiar pañales, es el niño que trae la mayor alegría al hogar. Es el niño cuyo cálido corazón y risa ligera, distrae y alivia las tensiones familiares. Cuando llega, ignoran por qué se ha cruzado en su camino, pero con el tiempo, comprenderán el presente que ha traído a su existencia.
El niño o niña con alguna discapacidad o enfermedad también trae un regalo especial. Quizás viene a ayudar a desarrollar la paciencia, y más que nada, la compasión. A la mejor viene a confrontarnos con nuestra superficialidad, vanidad y dureza y ubicarnos en las verdaderas prioridades de la vida. O quiere compartir el dolor y con ello suavizarnos. O contrastar sus carencias con nuestra abundancia para despertar la gratitud. Regalos muy nobles que la vida pone en nuestras manos para elegir tomarlos o dejarlos.
Si piensas que alguno de tus hijos llegó con las manos vacías, piensa otra vez. Observa con detenimiento, porque ese obsequio está oculto en el diario convivir. Puede ser que su apariencia o su comportamiento, te distraigan y eviten que te conectes con su verdadero ser.
Abre tu corazón y podrás percibir su parte más elevada, aquello que lo hace único, especial y diferente, y entonces, podrás apreciar todo lo que aporta diariamente a tu vida.
Confiar parece fácil, pero no siempre lo es. Hay personas que viven con el corazón en alerta, mirando el mundo como un lugar peligroso, siempre imaginando el peor escenario. Esa desconfianza casi siempre viene de heridas pasadas, experiencias que marcaron su forma de ver la vida… y sin querer, también la forma en que educan.
El problema es que cuando una persona vive esperando lo peor, termina encontrándolo.
No porque la vida quiera lastimarla, sino porque su mirada ya está entrenada para anticipar riesgos y cerrar puertas.
La confianza que tú depositas en tu hijo se convierte en la raíz de: su autoestima, su capacidad de tomar decisiones, su manera de enfrentar la frustración, su fuerza de voluntad para intentar de nuevo y sus ganas de abrirse camino en la vida.
Acompaña a tu hijo a construir una voz interna que diga:
“Confío en mí. Confío en lo que soy. Confío en la vida.” Porque los niños que aprenden a confiar en sí mismos se sienten acompañados incluso cuando están solos. Y cuando la vida les ponga retos —porque lo hará—, tendrán la fuerza emocional para mantenerse de pie. Tu tarea no es evitarles los tropiezos, sino darles las herramientas para levantarse con más claridad y más conciencia.
Cada vez que miras a tu hijo con fe, cada vez que le dices “yo sé que tú puedes”, cada vez que lo sostienes en su frustración sin resolverle la vida, estás ayudándole a escribir su mejor versión.
Y al final, ¿qué padre no desea esto?
Que su hijo viva con la certeza de que merece lo bueno, que puede crear su propio camino y que tiene dentro de sí la fuerza para construir una vida plena.
Sembrar confianza es sembrar futuro.
Y es, sin duda, uno de los regalos más grandes que puedes darle.